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Foto del escritorKaren de Luna Fors

De la Danza al Movimiento*

Actualizado: 3 jul 2021

* Fragmento.


Durante el tiempo en el que he habitado el universo de la danza, he vivido un proceso en el que he dejado de comprenderla solo como “danza” y mi atención se ha dirigido hacia el suceso del movimiento en un sentido más amplio. Me refiero al movimiento que se genera no solo en el acto de bailar, sino también en la vida y en la naturaleza. Tomar mayor consciencia del movimiento y transformación constante de la vida y la naturaleza, me ha dado claridad sobre lo que sucede conmigo y con mi cuerpo al pasar los años y eso me ha llevado a enfocar mis prácticas de manera distinta.


Anteriormente entendía -erróneamente- que el equilibrio era un lugar estático y que al querer controlar excesivamente todo acontecimiento y lo que mi cuerpo ejecutaba, estaba limitando la expansión de mis posibilidades expresivas y las de mi danza, el disfrute, la sorpresa.... Posteriormente entendí que ser fuerte, se trataba de ser flexible a la vez, siendo esto esencial para adaptarme a diferentes circunstancias dentro y fuera de la danza. El “error” se transformó en posibilidad para cambiar, aprender y reflexionar. Anteriormente no era bienvenido en mis prácticas y cuando aparecía causaba frustraciones, cuando en realidad no estaba contemplando que podría ser una oportunidad para enriquecer mis experiencias y transformar mi camino o decisiones. Me tomó mucho tiempo “bienvenir el error” y siento que aún no lo he logrado del todo.


Comencé a ver mi cuerpo como una pista, una evidencia de mi manera de percibir y comprender mi entorno y a mí misma; como un registro de mi paso por el tiempo-espacio habitado. La danza y su práctica, se volvió un espacio no solo para mover mi cuerpo, sino la posibilidad de transformar estructuras de pensamiento. Un espacio para cuestionar mi forma de percibir y percibirme en el mundo, para sentirme y ser sentida por otros. Un espacio sensible.


Los espacios que fomentan lo sensible son urgentes, pues pareciera que vamos dejando de ser seres sensibles sin darnos cuenta. ¿Pero cómo lograr esto? ¿Qué nos permite ser sensibles a los otros y a lo otro, a nosotros mismos? Pareciera que uno de los factores determinantes es ser aún más conscientes de las experiencias que vivimos, sus detalles, lo que nos agrada o desagrada, lo que nos hace sentir bien o mal, lo que nos duele, lo que nos enoja, excita, provoca, apasiona, lo que llama nuestra atención, las sensaciones del cuerpo… saber reconocer nuestros estados, sentimientos, pensamientos y también desarrollar prácticas para tener la capacidad de notar lo vivido, para así habitar esas realidades sentidas que menciona Watsuji (2006). Pero pareciera que este mundo en el que vivimos, nos adormece y entume nuestras experiencias, haciéndolas cada vez menos diversas, menos nítidas y detalladas, menos sentidas, menos nuestras. Pareciera que cada vez notamos menos cosas.


Este mundo neoliberal en el que vivimos jala hacia una reducción de nuestra sensibilidad y siento que al decidir ser bailarina y dedicar mi vida a ello -sin darme cuenta en un inicio- ha sido abrazar aferradamente un espacio que me ha permitido resistir a ello. La danza me ha dado posibilidades para contrarrestar la fuerza que nos jala hacia un estado semiconsciente de experiencias que no estamos habitando, sino solo transitando de manera adormecida.


[La experiencia] es el fenómeno subjetivo que incluye tres ingredientes principales: sensaciones, emociones y pensamientos… Mi experiencia comprende todo lo que perciba (calor, placer, tensión, etcétera), cualquier emoción que sienta (amor, temor, ira, etcétera) y cualesquiera pensamientos que surjan en mi mente [… La sensibilidad] significa dos cosas: En primer lugar, prestar atención a mis sensaciones, emociones y pensamientos. En segundo lugar, permitir que estas sensaciones, emociones y pensamientos influyan en mí… Debo estar abierto a nuevas experiencias y permitir que cambien mis puntos de vista, mi comportamiento e incluso mi personalidad […] Experiencia y sensibilidad se retroalimentan en un ciclo que nunca acaba. No puedo experimentar nada si no tengo sensibilidad, y no puedo desarrollar sensibilidad a menos que esté expuesto a una diversidad de experiencias (Harari 2015: 266).


Las ideas de Heráclito, me han ayudado a enriquecer mi concepto de movimiento a través de su concepto de devenir y de la vida como flujo continuo y realidad que está en constante cambio, pues como dice la famosa frase de Lavoisier: La naturaleza no se crea ni se destruye, solo se transforma. “[…] el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es cambiante río de Heráclito[1] (Yudin s/f).


No se trata entonces solo de vivir con consciencia y claridad cada experiencia, sino también de darnos cuenta de que nunca repetimos partes de nuestra vida, ni de la vida del mundo, pues cada vez que creemos haber pasado por el mismo lugar, somos otros, el espacio y los otros son otros… sentimos diferente y experienciamos diferente ese suceso que podríamos pensar que ha sido el mismo. Aquí se hace presente la muerte, el duelo, los finales constantes y la vida que ello también trae consigo, los momentos que solo se viven una vez, las experiencias que solo suceden una vez, la vida que se mueve y con ella nos mueve, nos transforma.


Con la naturaleza sucede lo mismo. No somos conscientes de su finitud y pensamos que estará ahí por siempre. Pero también hay tiempos macros y micros, células que mueren cada día y un universo que también a su ritmo… más lento, va cambiando. Nuestro planeta también muere…


Tomar consciencia del movimiento de la naturaleza y valorar la muerte como algo necesario para que la vida continúe, inevitablemente ha abierto puertas en mi movimiento “dancístico”, mi enseñanza y también mi manera de habitar la vida. Mi cuerpo se ha hecho presente de otras formas y he comenzado a sentirlo, mirarlo, habitarlo, como un ambiente, como un paisaje que se torna testigo y evidencia a la vez, de una vida, del tiempo y las experiencias que he transitado.


La danza […] contiene en sí el potencial de acoger a todas las palabras y todos los silencios […] toca la vida. Y toca la muerte. Esta es la danza profunda, la que tiene en el centro aquello que más caracteriza a estas artes: su fugacidad y la condición de permanente movimiento. El tiempo que pasa y opera la inevitable transformación que nos caracteriza. Y al final nos disuelve en polvo. Un suspiro (Galhós, 2009:145).


Sostener algo sin permitir su transformación es costoso, pues la vida tiene ciclos y momentos que nos piden soltar. Abrazar el movimiento, es permitir cambios, ciclos, principios y finales de momentos, así que, cuando no lo dejas suceder, algo se rompe…te rompes. He observado que el movimiento de la vida genera ritmos… momentos que vienen y se van, la felicidad llega y se va, la tranquilidad llega y se va… todo tiene un momento climático que no permanece, aunque a veces nos quieran vender la idea de una “felicidad” permanente. Movimiento y ritmo están en constante relación…


¿Qué estoy construyendo con mi cuerpo a través de la danza, qué me permite no solo alojarlo sino realmente habitarlo y en esa medida irme construyendo como persona e ir comprendiendo quién soy? “Habitar y construir están, en uno con respecto al otro, en la relación de fin a medio […] construir no es sólo medio y camino para el habitar. El construir ya es, en sí mismo, habitar (Heidegger, 2015:1).


En algunos momentos, el aprendizaje se ha manifestado como una imposición, pero ahora comprendo que cuando los saberes se comparten y no se imponen éstos continúan en movimiento, no se estancan, ni se vuelven absolutos. Como docente he intentado dejar a un lado lo que pueda ir en esa dirección. Digo intentar, porque modificar algo así, toma tiempo.


Al ser el cuerpo instrumento primordial en la práctica dancística, aparecen diversas complejidades. La danza existe mientras está siendo y reconozco que por momentos he sentido cierta frustración por su naturaleza efímera. La danza se manifiesta de manera activa, por lo que podría decir que es sujeto y no objeto, es experiencia, conocimiento y sabiduría encarnada.


La práctica es principalmente, el lugar de la experiencia donde la vivencia del cuerpo cobra una dimensión consciente como posibilidad de conocimiento y como alteridad. El cuerpo es así conciencia encarnada, indivisible y abierta al mundo de la percepción. Es un traductor, un posibilitador, un mediador, un iniciador, un sistema de producción, un sistema de devolución, un recipiente, un todo... (Fernández 2012).


La danza se ha convertido en un lugar que habito, un acontecimiento, y no solo una acción que ejecuta mi cuerpo. Esas experiencias encarnadas han determinado en gran medida a lo que soy sensible y quien soy.


Lo que he aprendido en mi práctica ha ido modificando mi manera de vivir y de ver el mundo y esto a su vez me ha dado herramientas para traer de vuelta elementos a mi práctica para transformarla. El proceso se convierte en una cinta de moebius[2] donde la práctica alimenta a la vida y la vida a la práctica. Si yo cambio, mi práctica cambia y si mi práctica cambia mi vida se modifica.


Desde hace algún tiempo he notado que, si no modifico mi pensamiento y lo nutro de cosas diversas, incluso no directamente vinculadas a la danza, me quedo estancada. Es desde ahí dónde me cuestiono ¿Qué tipo de relaciones estoy fomentando dentro de mis practicas? Esta pregunta se ha vuelto fundamental en mi vida, sobre todo como docente y es desde ella que actualmente busco observar y proponer mis prácticas torno al movimiento.


Después de reflexionar alrededor de lo que es la danza, por lo pronto podría decir que, para mí, la danza es accionar para conectar, conectar con los otros, lo otro, con uno mismo, el espacio, el tiempo, la música, el silencio, conectar la mente con el cuerpo, la vida con la muerte y lo más importante… conectar al ser humano con el mundo natural, los otros y lo otro.



BIBLIOGRAFIA


De Luna, K. (2019) El Cuerpo La Danza y el Mundo Natural –una aproximación a la Educación Ambiental desde la autoetnografía. Tesis Maestría.

Fernández, V. (2012). La afección indescifrable de un cuerpo que es danza. En Actas del I Encuentro Latinoamericano de Investigadores sobre Cuerpos y Corporalidades en las Culturas. Editorial: Investigacionesen Artes Escénicas y Performáticas.

Galhós, C. (2009). Unidades de sensación. En J. A. Sanchez, C. Greiner, G. Marina, G. Zeynep, J. Conde-Salazar, C. Galhós, R. Jaques, & A. Buitargo (Ed.), Arquitectura de la mirada (págs. 143-188). España: Centro Coreográfico Galego / Mercat de les Flors / Institut del Teatre / Universidad de Alcalá.

Harari, Y. N. (2015). Homo Deus. Breve historia del mañana. Barcelona: Debate. Heidegger, M. (2014). Construir, habitar, pensar. FOTOCOPIOTECA (39). Cali, Colombia: Lugar a dudas. Yudin, F.(s/f). Somos el río: Borges y Heráclito. Recuperado de: https://www.scribd.com/document/184341017/Somos-El-Rio

Watsuji, T. (2006) Antropología del paisaje. Climas, culturas y religiones. Salamanca: Ediciones Sígueme.




[1] “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos” (Heráclito). [2] Es una cinta en forma de ocho mejor conocida como símbolo del infinito, la cual tiene la característica e tener conectados los ambos lados de tal forma que puede transitarse por ella infinitamente. No tiene principio ni final.






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